El concepto de “responsabilidad afectiva” nos invita a hacernos preguntas y reflexionar acerca de cómo gestionamos nuestras relaciones sociales, laborales y afectivas. Nos plantea la legitimidad de lo que pedimos a otros. En este sentido, se relaciona con los reclamos sociales ante situaciones de injusticia emocional y a la adaptación que hacemos para mantener la relación. Tiene que ver con el impacto de nuestros comportamientos en los otros, la validación de necesidades y límites en las peticiones o exigencias que hacemos, los criterios de cuidado que tenemos y esperamos de otros.

Es fundamental que la comunicación con los otros -sean familia, compañeros de trabajo, autoridad o subalternos- sea fluida y considere las necesidades, expectativas y acuerdos de la relación que se ha establecido.

Estudios señalan que las personas, en función de nuestro estilo de apego, podemos tender a idealizar la calidad de nuestras relaciones de pareja, como lo hacemos con nuestros recuerdos de nuestra relación con nuestros padres. Ello plantea una linea de estudio muy importante para comprender las dinámicas disfuncionales que pudieran estar a la base de relaciones disfuncionales.

Una bandera roja en este tema, podría ser el “yo soy así” cuando no hay ninguna intención o posibilidad de abrirse a tratar de entender la postura del otro, su vivencia, sus emociones y necesidades.

La responsabilidad afectiva nace, crece y se desarrolla en contextos de disposición al diálogo, donde existe una genuina curiosidad por entender el punto de vista del otro, donde impera la intención de aprender, en la relación, a respetar y considerar, tanto mis necesidades como las del otro.

Es fundamental estar atentos al tipo de relaciones de las que somos parte, problematizarlas cuando sintamos que no somos cuidados o no contamos con el soporte afectivo que corresponde y monitorear qué tan afectivamente responsables estamos siendo nosotros.