Es común hoy escuchar o leer sobre el concepto de “regulación emocional en los niños”, sobre todo asociado a situaciones como los berrinches o pataletas y también en páginas o cuentas de crianza respetuosa.

Muchas veces los conceptos se adoptan cómo “reglas generales” y se aplican sin considerar sus implicancias. Entonces, nos encontramos con conceptos que se ponen de moda y que pasan de ser explicativos a ser pensados como categorías, y peor aún, como categorías diagnósticas.

Por eso hoy quisiera invitarlos a conocer este concepto de forma explicativa, para comprender su real valor.

Bueno, partamos por lo primero ¿qué es la regulación emocional?. Este concepto hace referencia a una serie de estrategias y procesos organizados para modificar, modular o mantener estados afectivos internos y dar una respuesta emocional, de esta forma este proceso permite organizar la interacción y la conducta y facilita la adaptación a diversas situaciones.

Y ¿cómo se logra?, ¿nacemos con ella?. Lamentablemente, no nacemos con ella, para desarrollarla adecuadamente necesitamos de la interacción con otros, es decir, un niño necesita de sus padres o cuidadores para adquirir estas estrategias o habilidades en forma paulatina y progresiva.

Para que los niños lo logren necesitan co-regularse, es decir, que a su lado se encuentren con un adulto significativo que sea capaz de acompañarlos, les ayude a comprender lo que les pasa y a retornar a la calma.

Entonces, cuando pensamos en que un niño pequeño se “porte bien”, espere su turno, no llore si se equivoca, entienda que no puede hacer algo, no pelee con otros niños, haga lo que le pedimos, entre otros comportamientos que para los adultos son deseables, estamos demandando algo de él que le es muy difícil de cumplir. En todos esos casos, el niño va sentir mucho malestar y frustración, emociones intensas que no podrá regular (porque aún no puede) y seguro reclamará. Ahí es cuando más te necesita…

Frente al estrés, es decir, situaciones en que el niño se siente en peligro: tiene miedo, ansiedad, dolor, angustia, tristeza, vergüenza, su sistema de apego se activará y lo llevara a buscar refugio seguro en su figura de apego. En su cerebro se desatará toda la respuesta adaptativa al peligro y para volver a su estado de calma, necesita volver a sentirse seguro. Y, ¿cómo vuelve a sentirse seguro y retoma la clama?…sus cuidadores deberán responder con la mayor calma posible, mostrarle qué es lo que le pasa, darle un sentido a todo eso que está pasando en su cuerpo, ofrecer alternativas que den una salida a su malestar y a la situación que lo provocó, no juzgar su reacción (que es normal y esperable), en pocas palabras acompañarlo.

Pero lograr esto no es tarea simple, requiere de adultos conectados, sensibles a las necesidades de los niños, capaces de leer sus comportamientos, disponibles para responder y dispuestos a reconocer sus propios estados afectivos y lo que el estrés del niño provoca en ellos. También habrá que considerar aspectos del temperamento del niño, es decir, de la intensidad y particularidad en que se responde frente a los estímulos. Cómo pueden ver, requiere de trabajo.

La sincronía de estas interacciones entre adulto y niño es lo que va formando una forma de responder frente a la vida. Es importante mencionar que no se trata de una sincronía perfecta, puede haber momentos en que haya falla en la respuesta, lo importante es en la mayoría de ellas podamos sintonizar. No debemos ser tan duros al juzgar el comportamiento de los padres.

Los primeros años de la vida del niño van a ir formando este patrón de respuestas y formas de interactuar, son periodos sensibles en que necesitan mucho de la presencia sensible de sus cuidadores y así, poco a poco, van a encontrar mejores formas de enfrentar sus estados emocionales, las situaciones que los provocan y disponer su comportamiento de forma voluntaria.

Ahora que ya comprendimos de que se trata el concepto y, volviendo al inicio de nuestro recorrido, ¿por qué preocupa que se use como categoría?. Porque no es que un niño no tenga regulación afectiva o que eso implique un trastorno, sino que debería aportar una mirada comprensiva de que está pasando en el nivel relacional, o sea, qué está pasando en la sincronía de respuestas con el niño, cómo podemos mejorar ese patrón, de qué forma podemos ayudarlo a volver a la calma y lograr enfrentar con mejores respuestas situaciones de estrés.

Seguro ahora se están preguntando ¿y cómo podemos ayudar a que se consolide?, lo primero es acompañar sensiblemente a los niños, observar su comportamiento para comprender la necesidad que hay tras él. Practicar la propia regulación afectiva, mirar como reaccionamos frente al estrés, para modelar respuestas adecuadas en el niño. Enseñarle a reconocer las emociones, cómo las siente en el cuerpo, poder identificarlas y asociarlas a lo que las despierta. Ofrecer diferentes alternativas de respuesta a su malestar. Tolerar que hay momentos y emociones que son displacenteras, no evitarlas ni negarlas, por ejemplo: no estés triste, enojado o eso no es importante. Validar la emoción y encausar la respuesta.

Lo más importante es cuidar el vínculo, convertirse en refugio seguro para que esa seguridad se internalice y proporcione bienestar y construya salud mental y emocional…

Los invito a poner en práctica todo esto!!!