Los mandatos familiares son mensajes repetidos que se transfieren de generación en generación dentro de nuestro sistema familiar y que vamos integrando como nuestros.

Hay familias en las que los padres comunican estos mensajes de forma muy explícita mediante frases hechas (parecidas a las que detallo abajo), o bien actúan de manera indirecta a través de gestos o miradas, condicionando en nosotros ciertas actitudes o ideas de manera indirecta.

“Haz caso siempre a los mayores.”
“Tienes que hacerlo mejor que los demás.”
“No tienes razones para estar mal.”
“Siempre se debe llegar con soluciones y no con problemas”
“A ver si aprendes de tu hermana.”
“Si te muestras vulnerable se aprovecharán de ti.”
“Tienes que estudiar para ser alguien en la vida.”
“Si sigues así no vas a conseguir pareja.”
“A la gente delgada siempre le va mejor”

Los mandatos familiares tienen una fuerte influencia en nosotros, porque los llevamos escuchando y viviendo desde la infancia, sin mayores cuestionamientos pues de niños no se nos ocurriría llegar a dudar de ellos si provienen de nuestros padres.

Muchos de ellos recogen valores familiares que van construyendo en nosotros un sistema de creencias con el que aprendemos a desenvolvernos en la vida y, el cual, posiblemente, en la edad adulta aún sigamos reproduciendo de manera inconsciente, tomando de esta manera acciones y decisiones en esa línea, pudiendo transformarlas en obligaciones que nos atrapan en un tipo de vida que no hemos elegido y que se aleja de nuestros reales deseos.

¿Cómo saber si nos afectan negativamente?

Si nos genera un sentimiento de culpa.
Si nos deriva en expectativas difíciles de cumplir.
Si nos dificulta realizar cambios en nuestra vida.
Si nos sentimos como normas rígidas contra las que no podemos luchar.

Es decir, el problema viene cuando estos mandatos imponen el “tengo que” aunque esto implique descuidarnos emocional y físicamente, convirtiéndose en cargas muy pesadas como “Tengo que ser la mejor.”; “No puedo mostrarme vulnerable.”; “Tengo que poder con todo.”. “Tengo que hacerlo, aunque no quiera”, siendo critico conmigo mismo.

Los mandatos nos muestran lo que nuestra familia valora y lo que desaprueba, por esa razón resulta un desafío del proceso adolescente y luego como adultos revisar y confrontar estos mandatos para poder construir un camino más genuino. A veces este proceso lleva mucho tiempo, y la verdadera individuación, si se inicia, puede ser un proceso que dure toda la vida.

¿Cómo gestionar estos mandatos?

El proceso de independencia implica poder alejarse y de algún modo traicionar estos mandatos. Si no se le dice NO al mandato, el camino propio puede volverse algo muy parecido a estar cumpliendo el deseo de un padre o de una madre

Romper con los mandatos familiares no es fácil cuando nos vemos envueltos en conflictos internos que no nos deja avanzar. Por ello es necesario revisar estas creencias.

Para poder hacerlo, primero tenemos que entender que esto que me estoy diciendo es un mandato, algo que me ha sido impuesto sin yo haberlo elegido. Que es un discurso aprendido que sirvió en su momento, pero que no tiene en cuenta los cambios y que, en el contexto actual en vez de ayudar me está generando malestar.

Cambia el “debo” por el “quiero”. Este ejercicio consciente de la forma en que articulas tus mensajes y tus elecciones, te permitirá empezar a tener más claridad para elegir con libertad poco a poco, e ir soltando paulatinamente esas cosas que te atan.

Incorpora afirmaciones como, “Yo soy…”, “yo elijo…”, “Yo quiero…” seguido de enunciados positivos.

“Desafiar el mandato, cuestionarlo, alejarse de él, es la forma de iniciar el camino propio.”

“Es importante entender a los mandatos como una construcción, y poder quitarles el peso de verdades absolutas.”

Ten en cuenta que acudiendo a terapia psicológica se pueden poner en perspectiva estos discursos para así posibilitar elecciones más genuinas y saludables para nosotros mismos.