Las heridas emocionales de la infancia (Traumas), predicen en gran parte de los casos cómo será nuestra calidad de vida cuando seamos adultos. Son como lesiones psíquicas, como fragmentos sueltos y mal curados que nos impiden llevar una existencia plena e incluso afrontar los pequeños problemas del día a día con mayor soltura y resistencia.
Los signos de esas heridas psicológicas suelen evidenciarse de muchísimas formas, influyendo en nuestra personalidad, decisiones, actitudes, y comportamientos, con síntomas como ansiedad, pensamientos obsesivos, problemas del sueño, entre otros.
Pero, ¿Cómo se generan estas heridas emocionales?
Muchas veces, el origen está en lo aprendido cuando éramos niños, esas heridas emocionales que nos han ocasionado nuestras primeras experiencias con el mundo y que no hemos podido sanar. Por ejemplo, vivencias y situaciones en el hogar, con la familia o en la escuela, que nos provocaron temor, sufrimiento, sensación de soledad o rechazo, dieron lugar a pensamientos de poder o no poder, de ser poco importantes, o “buenos o malos”, por lo que nuestra autoestima se fue afectando, repercutiendo en nuestra edad adulta.
De esta manera, es muy común que siempre acontezcan 5 tipos de experiencias dolorosas o heridas emocionales de la infancia que terminarán dejando una huella muy evidente en nuestra personalidad.
1- El miedo al abandono: Quiénes han experimentado el abandono en su infancia consideran la soledad como su mayor enemigo. Les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no quedarse solos, por lo que en muchas ocasiones tomarán ellos la iniciativa de abandonar a los demás por temor a revivir la experiencia, como mecanismo de protección. Sería algo así como “te dejo antes de que tú me dejes a mí”, “nadie me apoya, no estoy dispuesto a soportar esto”, “si te vas, no vuelvas…”.
Su mayor temor es afrontar una separación, de forma que las relaciones son vividas con dosis de inseguridad, miedo y recelo, siendo más vulnerables a la creación de vínculos de dependencia afectiva.
Cómo sanar la herida: Trabajando el miedo a la soledad, el temor a ser rechazados y las barreras invisibles al contacto físico. Es el niño interior, y no el adulto, quien teme que lo dejen, por lo que hay que abrazarlo para que se sienta seguro y sea capaz poco a poco de disfrutar de sus momentos de soledad.
2- El miedo al rechazo: Es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o iguales a medida que el niño va creciendo. Cuando un niño recibe señales de rechazo crece en su interior la semilla del auto desprecio y piensa que no es digno de amar ni de ser amado, interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida. La mínima crítica le originará sufrimiento y, para compensarlo, necesitará el reconocimiento y la aprobación por los demás. Genera pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo. La persona que padece esta dolorosa experiencia no se siente merecedora de afecto ni de comprensión y se aísla en su vacío interior por el miedo de ser rechazado.
Cómo sanar la herida: Empezando a valorarse y a reconocerse, obviando los mensajes que el crítico interno le envía, procedentes de su infancia.
3- La herida de la humillación: Esta herida se abre cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, afectando directamente a su autoestima, sobre todo, cuando lo ridiculizan. Hoy más que nunca se ve está herida, cada día son más los niños que crecen en ambientes humillantes, el bullying es uno de ellos, los niños que constantemente son sometidos a situaciones humillantes, burlas, y descalificación, ya sea en la escuela o en el hogar, crecen con una gran tendencia a la depresión y una autoestima baja siendo una carga que llevamos en la vida adulta.
La persona con esta herida construye una personalidad dependiente que está dispuesta a hacer cualquier cosa por sentirse útil y válida, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que, si los demás no lo reconocen, él tampoco lo hará. Además, puede haber aprendido a ser “tirano” y egoístas como un mecanismo de defensa, e incluso a humillar a los demás como escudo protector. Quien ha sufrido la humillación tiene dificultades para expresarse y es especialista en rebajarse a sí mismo. Se considera mucho más pequeño y menos importante de lo que en realidad es, olvidándose de sus propias necesidades.
Cómo sanar la herida: La humillación se establece como una carga emocional pesada en la espalda que necesita ser soltada a través del perdón hacia las personas que lo dañaron, haciendo las paces con el pasado.
4- La traición o el miedo a confiar: Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres porque no ha cumplido una promesa. Esta situación generará sentimientos de aislamiento y desconfianza que, en ocasiones, pueden transformarse en envidia, debido a que el niño no se siente merecedor de lo prometido y de lo que otras personas tienen. Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, en la que predomina la necesidad de control para asegurar la fidelidad y lealtad, que muchas veces termina ahogando a los demás. Haber padecido estos problemas en la infancia construye personas controladoras y que quieren tenerlo manejado, lo que frecuentemente se justifica con un carácter fuerte.
Cómo sanar la herida: Se debe que trabajar la paciencia, la tolerancia, la confianza y la delegación de responsabilidades en los demás.
5- La injusticia: Esta se origina cuando los progenitores son fríos y rígidos, con una educación autoritaria y no respetuosa hacia los niños. La exigencia constante generará sentimientos de ineficacia, inutilidad y la sensación de injusticia. Genera adultos rígidos que no serán capaces de negociar ni de mantener diálogos con opiniones diversas. Además, es probable se haya creado un fanatismo por el orden y el perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad.
Cómo sanar la herida: Se debe trabajar la rigidez mental, cultivando la flexibilidad y la confianza hacia los demás.
Es importante señalar que cuando estamos heridos, vivimos de forma constante situaciones que tocan nuestro dolor y hacen que nos pongamos múltiples máscaras por el miedo a revivir nuestro dolor, por ello es tan necesario hacer una introspección, es decir, conocernos profundamente, haciendo un alto en nuestra vida activa, reflexionar acerca de nosotros, de lo que hemos vivido desde que éramos pequeñitos, aprender como desintoxicarnos de los pensamientos y emociones negativos, para comenzar a sanar desde adentro, así sanaremos nuestra autoestima y nos sentiremos mejor, despertaremos nuestra consciencia aceptando que somos personas valiosas, con talento, personas auténticas, capaces de aportarnos y aportar cosas buenas, darnos cuenta de que tenemos potencial enorme para hacer lo que nos propongamos para bienestar.
Conclusión
Ahora que ya conoces cuáles son las heridas más frecuentes que se presentan debido a experiencias en la niñez, y cómo se manifiestan en la edad adulta, puedes trabajar en superarlas si identificas alguna de las manifestaciones.
Es importante tener en cuenta que, si alguna de ellas interfiere en tu bienestar mental y emocional, en tus relaciones interpersonales y contigo mismo, lo mejor es buscar la ayuda de un psicólogo profesional. La psicoterapia podrá ser de mucha ayuda en estos casos, así que ten presente si notas que las heridas de la infancia están saboteando tu bienestar.
*Fuente: Bourbeau, Lise. (2003) Las cinco heridas que impiden ser uno mismo.
