Todos llevamos colgadas etiquetas, cualquiera podría reconocerse en alguna. Opiniones subjetivas que a menudo nos encasillan. Nos las ponen en casa, en la escuela, entre los amigos, etc. Y aunque muchas veces no se hace para herir, acaban convirtiéndose en una carga difícil de gestionar. La clave para identificar la etiqueta es si empleamos el verbo ‘ser’, ya que el problema que tiene este verbo es que habitualmente lo usamos para referirnos a atributos estables e inmutables, es decir, a cosas que no cambian.
El empleo de las etiquetas en los menores es por desgracia algo bastante frecuente en nuestra sociedad y es que son bastante fáciles de poner, aunque luego “cuesta mucho quitarlas. El entorno, puede influir en nosotros potenciando o “debilitando” nuestras “tendencias naturales”. Nuestra identidad se va configurando poco a poco a lo largo de la vida, pero la infancia es una etapa clave en la que nuestros referentes nos pueden influir enormemente. Juicios que emitimos sin respetar ritmos para aprender, maneras de hacer las cosas, formas de ver el mundo.
Un niño que esta presentando un comportamiento inadecuado, no es un niño malo, es un niño que necesita atención para saber el por qué de su comportamiento, quizá tenga algún problema emocional que deba solucionar. Un niño al que le gusta estar solo no tiene que ser raro, simplemente puede ser introvertido y le gusta disfrutar de la soledad. Si una niña quiere conseguir las cosas por sí misma sin ayuda no tiene que ser necia o terca puede ser simplemente tenaz, etc.
Cuando etiquetamos a niños, niñas u adolescentes estamos reduciendo toda su persona a una o dos palabras, tienen consecuencias y peligros, como por ejemplo pueden condicionar su carácter, personalidad, ya que ponen en relieve las características negativas, y este se cree que es así realmente. Simples palabras que a menudo arañan su autoestima, condicionan sus decisiones, cargan su mochila de peros. Palabras que hacen sentir que siempre decepcionan a alguien, que en ocasiones no dan la talla ante las perspectivas que ponen sobre ellos y que no acaban de encajar. Atribuirlas es muy contraproducente para su desarrollo integral y provocan que aquellos que las arrastran se sientan fracasados y vivan con el sentimiento que decepcionan a sus padres y a su entorno.
Además de todo lo anteriormente descrito, etiquetar a un niño/a no solo le va a llevar a comportarse como se espera de la etiqueta que ha terminado asumiendo que le define, sino que además, el resto de personas con las que se relaciona quedarán igualmente condicionados por la existencia de esa “etiqueta” y acabarán por poner énfasis justo en los comportamientos que sean descriptivos de ella, cayendo así en un círculo cerrado negativo.
¿Son mejores las etiquetas positivas que las negativas? ¿Cómo influyen unas y otras en los niños?
Aunque a priori podemos pensar que las etiquetas negativas son las únicas que pueden afectar a nuestros/as hijos/as, ya que afectan a su autoestima, lo cierto es que las etiquetas positivas (aquellas que aprueban en demasía algún aspecto, habilidad o conducta) también pueden afectarles enormemente.
Una etiqueta positiva a un menor puede resultar un “arma de doble filo”, ya que el niño, niña u adolescente estaría constantemente tratando de hacer “honor” a su rol y esforzándose por cumplirlo. Las expectativas y la exigencia serían igualmente demasiado altas en este caso. Otro ejemplo del peso de nuestras expectativas hacia ellos.
Podrían darse situaciones ante las cuales el niño o la niña no pudiera responder según las exigencias de la etiqueta asignada, llegando a experimentar frustración, inseguridad o miedo a no estar a la altura de lo que se espera, lo que puede ocasionarle también estrés y ansiedad. En consecuencia, su autoestima se vería igualmente afectada. Dentro de este tipo de etiquetas positivas, podríamos mencionar ejemplos como: “ eres el mejor”; “siempre sacas sobresalientes”; “eres la más lista, “nunca fallas en nada”, “eres el/la más guapa de tu clase, etc.
La asignación de etiquetas, tanto negativas como positivas, siempre va a afectar al niño/a y a tener una consecuencia.
¿Cómo podemos evitar el uso de etiquetas en la crianza?
Podemos trabajar con nuestros hijos para conseguir potenciar y fomentar al máximo sus capacidades, acompañándoles de forma respetuosa y ayudándoles en la consecución de sus metas y propósitos. Asimismo, se debería empatizar con los errores que, como todo ser humano, pueden cometer. Es muy importante hacer entender a los niños y niñas que equivocarse es humano y que de los errores se pueden obtener grandes aprendizajes.
Así podemos, por ejemplo, calificar un comportamiento de inadecuado, en lugar de calificar negativamente al niño diciéndole que es “malo”; o alentar a una niña a seguir practicando lo que más le gusta para disfrutar haciéndolo, en lugar de decirle que “es la mejor” en lo que hace.
Por último, es muy importante también que los niños, niñas y adolescentes se sientan escuchados, comprendidos y tenidos en cuenta por sus figuras de apego; así como que sientan libertad para expresar qué sienten, piensan y necesitan. Esto tendrá un doble efecto beneficioso, en ellos y en nosotros. En ellos porque fortalecerá su autoestima y desarrollo. En nosotros, porque afianzará el núcleo familiar y la confianza de nuestros hijos/as en nosotros.
Si queremos potenciar las buenas conductas en nuestros hijos, lo primero es sin duda, darles ejemplo.
Seamos capaces de conseguir que niños y niñas puedan mirarse al espejo sin filtros que les condicionen, sin rótulos que les recuerden sus defectos o dificultades, sin marcas que engrandezcan el miedo a fallar.
Eduquemos desde la aceptación, la confianza y el respeto. Ofreciendo siempre una imagen positiva de ellos. Haciéndoles sentir que les acompañamos sin condición pase lo que pase, hagan lo que hagan, consigan o no sus objetivos.
Siendo capaces de potenciar al máximo las capacidades y aspiraciones, reforzando las debilidades con mimo y respeto y también con exigencia, empatizando con los tropiezos con dulzura y paciencia. Que las correcciones se hagan con el mejor tono posible, evitando generalizaciones y el señalando a la persona.
Y asegurándonos de que saben que les queremos independientemente de sus logros, errores o defectos. Que estamos a su lado para todo aquello que les haga falta pase lo que pase. Compartamos con ellos aquello que a nosotros tampoco se nos da bien.
Hagámosles sentir comprendidos y escuchados, dándoles la oportunidad de equivocarse las veces que sea necesario, alentándoles a empezar de cero sintiendo que cada amanecer supone una nueva oportunidad. Enseñándoles a comunicarse asertivamente y a manejar cada una de sus emociones con confianza.
Ayudémosles a establecer un perfil de sus fortalezas y debilidades, de sus necesidades y preferencias de aprendizaje, de sus niveles de dominio. Eduquemos SIN ETIQUETAS, enseñándoles a escoger lo que realmente quieren ser, regalémosles oportunidades para el éxito sin casillas que les hagan vulnerables y pequeños.
