La adolescencia es una etapa crucial en el neurodesarrollo. Un período que involucra cambios físicos y socioemocionales trascendentales. Y la comunicación entre padres e hijos es un ingrediente necesario de su socialización en todas las dimensiones de esta: cognitiva, emocional y social. Debe prolongarse a lo largo de la vida y es normal que esa comunicación evolucione con la edad.
La información y la buena comunicación entre padres e hijos contribuye a lograr establecer mejores relaciones al interior de la familia, estimula la confianza mutua, la resolución de problemas y facilita la labor formadora de los padres. Por tanto, es un factor importante para prevenir conductas de riesgo como el tabaquismo, el alcoholismo, drogadicción, el suicidio, los accidentes, la delincuencia, la violencia, la anorexia/bulimia, el embarazo, las enfermedades de transmisión sexual, el fracaso escolar, la fuga del hogar y los episodios depresivos.
No siempre es fácil y cada día tenemos menos tiempo para dialogar. Los problemas de disciplina, las negociaciones eternas en las que no se respetan los acuerdos, la transgresión de las normas, las discusiones sin fin y otros problemas de convivencia cuando hay niños pequeños, en muchas familias tienden a intensificarse o a percibirse como inmanejables cuando los hijos/as llegan a la adolescencia. Y tiene todo el sentido, ya que hay varios motivos que cooperan en que esto sea así. Como la etapa psicoevolutiva por la que transitan, con sus características propias como los cambios fisiológicos que acontecen abruptamente, la gran diferencia en las necesidades afectivas y sociales propias que toma desprevenidos a padres y madres. La explosión de inteligencia, el drástico desarrollo de las capacidades de pensamiento del adolescente, de establecer hipótesis, realizar operaciones que antes no formaban parte de su registro y que están aún por refinar, etc. Digamos que el adolescente no ha tenido oportunidad de ensayar todo esto lo suficiente como para que sus capacidades se desplieguen con todo el potencial que mostrarán más adelante si se les permite hacer este entrenamiento en las condiciones óptimas. Y muchas de estas condiciones las asegura una adecuada comunicación entre padres e hijos.
Conecta con tú fragilidad, con tus miedos, culpa, expectativas y frustraciones en la crianza. Y si una de tus preocupaciones como madre o como padre es la de asegurar la mejor convivencia con tú hijo o hija adolescente, recuerda que es conveniente haber empezado a establecer una buena relación y comunicación mucho antes de que tus hijos lleguen a esta edad… pero si no, no todo esta perdido aún porque la comunicación puede entrenarse, mejorarse y perfeccionarse tomando en practica algunas estrategias:
Empieza por conquistar su confianza, no la exijas…
Para saber lo que piensan, para que sepan que pueden confiar en tí y contar contigo. Si hay algo que hace sufrir a los padres es que los hijos adolescentes pasen de contarles hasta el número exacto de amigos que tienen (nombres, características, lo que hablan, actividades que realizan, etc.) a quedarse como mudos cuando vuelven del colegio y corren a esconderse en su habitación como si no existiera nada más en el universo. Algunos padres, madres o cuidadores, asocian más esta etapa con respuestas desafiantes, estados de humor cambiantes y un aumento de conductas riesgo. Tomando una actitud defensiva, retrayéndose o rechazando al adolescente, lo cual lejos de aportar a la relación, puede generar un bloqueo entre generaciones. Pero recuerda esto es, solo una apariencia transitoria. Tú hijo/a te sigue queriendo, te sigue necesitando, sigues siendo su referente más fiable en los asuntos importantes. Asume que posiblemente ya no lo eres en cuestiones de tecnologías, música nueva, lecturas, moda y no pasa nada, así debe ser.
Quieres un hijo/a independiente, pero te preocupa desconectarte demasiado de su vida?… prueba a escucharlo más, a mostrarte más interesado en sus gustos y preferencias, recuerda como eras tú a su edad, muéstrate más disponible para cuando te necesite sin presionarlo e intenta contarle más cosas de tu vida… en lugar de preguntar tanto criticar o juzgar. Cuéntale como te ha ido hoy en el trabajo; si te has enojado con alguien o te has sentido dolida, qué has hecho o qué vas a hacer; si no sabes qué decisión tomar con respecto a algo que piensas que puede ser comprendido por tu hijo, hazle sentir partícipe de tú vida para que también te haga participe de la suya. Empecemos por nosotros mismos, es la mejor manera de mostrar apertura y receptividad, y cosecharás más éxitos.
Para aprender a conocer mejor a tu hijo o hija, otro paso importante será el de informarte sobre las características propias del pensamiento adolescente.
Muchos padres se asustan cuando ven a sus hijos o hijas replegarse en su propia intimidad con un celo más propio de espía que de familiar querido. Esto causa un enorme sufrimiento en los padres porque se vive como algo personal, como si los hijos se hubieran puesto de pronto “en contra” de quienes tanto se desvelan por ellos. El adolescente que antes admiraban la inteligencia de sus mayores, porque llegaba a donde no alcanzaba la suya, ahora está aventurándose en un proceso de descubrimiento de su propia capacidad de pensar, de poder ejecutar piruetas intelectuales que trascienden sus propios límites y piensa que son tan sofisticadas que nadie puede comprender la profundidad de su razonamiento.
En favor del óptimo desarrollo de este proceso y de fortalecer el vínculo afectivo con tu hijo/a, permítele que exponga libremente sus argumentos, aunque te parezcan irreales o absurdos. Recuerda que cuenta con un aparato mental que aún no domina, pero que para aprender a manejar debe darle uso a través de la práctica. Ayúdale a perfeccionar su aparato razonador!
La comunicación respetuosa será clave para crear un proceso de integración. No lo ridiculices o desvalorices. Toma cualquier parte de validez en el discurso y empieza por el reconocimiento para contra argumentar. Tú ejemplo es la mejor base, por ende si quieres respeto, comienza por ofrecerlo de forma incondicional.
Acepta las diferencias de opinión y úsalas en tu beneficio como oportunidades para enseñarle autocontrol.
Como padres sufrimos cuando nuestros hijos adolescentes nos cuestionan o discuten. Lo vivimos muchas veces como una falta de reconocimiento o desautorización, y en este caso el sufrimiento toma la forma de enojo. Posiblemente te irritas cuando te llevan la contraria, pero en ese caso… Felicítate si has educado un hijo que te cuestiona! No temas por ello, puede ser el resultado de estar criando un adolescente con pensamiento crítico. No hablo del desafío de las normas, sino del debate acerca de las normas, del cuestionamiento con argumento, del desafío del razonamiento.
Para esto, usa tu propia contención y calma (transmitida en tú tono de vóz, tús gestos, postura y palabras) como forma de enseñarle a autorregular su frustración y enojo cuando las conversaciones no se dan como ellos desean.
Además, es conveniente que estemos atentos ante cambios emocionales excesivos o a periodos de tristeza prolongados, para atender de manera sensible a estos, acompañar y acudir oportunamente a recibir el apoyo profesional necesario.
