La Alta Capacidad (AC) se refiere a una habilidad o un desempeño excepcional en una dimensión humana general como la intelectual, emocional, social, física y artística, o en un campo específico de una dimensión general. Por ejemplo, dentro de la dimensión intelectual, se distingue el talento matemático, científico, computacional, etc. (Bralic & Romagnoli, 2000; Conejeros et al., 2012).

Para Pfeiffer (2013), los niños con alta capacidad, son aquellos que tienen mayores probabilidades de conseguir logros extraordinarios en uno o más dominios, culturalmente valorados, en relación a otros estudiantes de la misma edad, experiencia y oportunidad. Estos estudiantes aprenden a mayor velocidad, complejidad, profundidad y rapidez (Pfeiffer, 2015; Hébert, 2010).

En síntesis, la AC se refiere a desempeños sobresalientes de ciertas habilidades. Suelen destacar en una o varias áreas cognitivas.

Niños con AACC se distinguen también por su elevadísima sensibilidad. Son niños emocionalmente intensos y suelen sentirse desbordados por su vida emocional. Son muy creativos, denotándolo en manifestaciones artísticas, en la formulación de ideas o solución de problemas. Aprenden rápido y profundizan en los aprendizajes. Destacan por su compromiso con la tarea; es como si tuviesen una motivación interna superior a la de los niños de su edad, logrando extensos tiempos de dedicación y concentración en la tarea.

Para autores destacados en el estudio de las AACC, las oportunidades son fundamentales en la emergencia de la AC, entendiendo que ésta se presenta en determinadas personas, en ciertos momentos y bajo ciertas circunstancias.

En Chile, no tenemos estudios que nos puedan dar certeza de la cantidad de niños con AC que tenemos, pero los autores suelen hablar de una incidencia de la AC es cercana al 10%, incluso al 15%. Si pensamos en las salas de clases de nuestro país, esto significa que prácticamente en todas las aulas tenemos al menos 2 o 3 niños con esta condición. Es fundamental pesquisar esta realidad a tiempo, no sólo para atender a las necesidades educativas particulares de esos niños, sino también para adoptar las condiciones para que toda la comunidad reciba los beneficios de tenerlo en la sala de clases. En palabras de Hume (2000), “atender a los intelectualmente bien dotados en la escuela no es solo algo beneficioso para ellos, sino también para el resto de la población escolar, incluso para el sistema educativo, porque ejerce un efecto de irradiación de excelencia que redunda en la mejora de la educación general”.

Es importante tener presente que en el contexto escolar, estos niños no tendrán necesariamente buenas calificaciones. El hecho de aprender más rápido que sus compañeros y asimilar los contenidos con una mayor profundidad, no asegura un buen rendimiento académico. Una de las dificultades más importantes asociadas a su ritmo acelerado de aprendizaje es que suele aparecer el aburrimiento y con ello la desmotivación, el rechazo escolar e incluso depresión y ansiedad.

Es preciso que estos niños tengan una atención adecuada a sus capacidades mediante programas específicos y que cuenten con herramientas que les permitan desarrollar su AC y desplegar su potencial.

En nuestro país vamos avanzando en estos temas, pero aún queda mucho por hacer. Un primer paso es darle visibilidad, que todos sepamos que existe la AC y empiecen a gestarse las conversaciones necesarias en nuestras escuelas para que existan las condiciones necesarias para que estos niños desarrollen plenamente su potencial y se sientan parte de una sociedad inclusiva que acoge las diferencias.